Por Rocío Ailin Porma Favre, de Argentina, en Ubaté, Colombia.
Participante del Programa de becas de AFS y Ashoka. Servicio comunitario. 2014.
Participante del Programa de becas de AFS y Ashoka. Servicio comunitario. 2014.
Todo fue mucho más diferente e
inesperado de lo que pensaba, o mi cabeza imaginaba, de lo que podía llegar a
ser las cuatro semanas que me esperaban por delante en Colombia.
Apenas el avión aterrizó y pisé
tierras cafeteras, como aquí se las conocen, lo primero que me impacto,
gratamente por cierto, fue ese cálido clima. Todos los días llovía a la misma
hora, y como si ese momento estuviese copiado para cada día con un reloj que
indicara el momento exacto en que debía suceder, y esa sensación de humedad
constante ya me hacían sentir muy lejos, pero muy feliz, de la seca Patagonia
argentina.
El “che” ya era una palabra
perdida y la pronunciación a lo argentino de la “y” ya había desaparecido por
completo. Todo era diferente, la vegetación, la música, la comida y el nombre
de las cosas cotidianas.
Mientras recorría el camino hacia
Ubaté, mi cabeza no dejaba de bombardearme con ideas. La ruta tan zigzagueante
y ese imponente y abundante verde de la vegetación me hacían dar cuenta, cada
vez más, que ya no estaba en mi árida y fría Patagonia. Sin embargo no pude
evitar imaginar, en algún momento, a Ubaté como a mi pequeño pueblo del sur
argentino.
Cuando pisé la bella Ubaté, sentí
que en algún momento de mi vida ya había viajado a este magnífico lugar, pero
solo lo había hecho a través de las líneas del gran Gabriel García Márquez que
ilustró como nadie a este bello país. Pero claro, estar allí yo misma me era
casi indescriptible y las sensaciones se me mezclaban por doquier.
Durante los primeros días me
transforme, por mi nacionalidad, en sinónimo o mejor dicho en enlace directo a
Messi, Maradona y el Papa. Porque a decir verdad por mi habilidades, aunque no
las desmerezco, no podría ser sinónimo de ellos.
Si bien hablamos el mismo idioma,
hasta que me acostumbre, intentaba traducir literalmente al “argentino” lo que
en “colombiano” me estaban diciendo. Creo que jamás olvidaré lo sorprendida que quedé cuando me trataron como
a “su merced”. Y pienso que nunca sabré responder al “¿y qué más?”. Pero con el
paso de los días mi cabeza dejó de traducir y el chévere, que sonaba como un
canto a mis oídos, se me hacía cada vez más familiar. Y me llevaba,
indefectiblemente, a conocer más de sus bellas costumbres.
El mate fue el más lindo
intercambio de mi parte. Si bien fue muy fácil explicarles lo que era, se me
hizo complicado, a casi imposible, que comprendieran todo lo que aquí en
Argentina significa. Intercambiar, eso es lo que estábamos haciendo.
Un párrafo aparte se merece la
familia que me acogió en mi estadía. Ellos solo podrían haberme dado
alojamiento y comida, pero me dieron mucho más que eso. Me dieron todo su amor
de familia y me integraron a ellos día a día. Jamás en todos los lindos
momentos que compartimos juntos me sentí como una extraña. Son, sin dudas,
Mireya, Carlos, Manuela y Jairo la expresión más clara de la amabilidad y
hospitalidad que la linda gente de Colombia sabe dar a quienes vamos de afuera.
Esta tan bella y enriquecedora
experiencia de intercambio me enseñó que nada es imposible, y que todos los
días debemos valorar las cosas simples.
Simplemente gracias AFS y
Colombia por todos esos momento inolvidables.